Desmontando la letra pequeña de uno de los grandes retos de la salud pública en la actualidad

«Las recaídas, tan frecuentes en esta enfermedad, representan uno de los factores más impactantes en la calidad de vida y uno de los mayores desafíos para su correcto abordaje»

“Los síntomas residuales de la depresión son los que permanecen tras la mejoría y limitan la actividad del paciente, no tanto por un estado de ánimo de tristeza como por dificultades cognitivas como la falta de atención, el insomnio o la pérdida de deseo sexual»

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Ya es la principal causa de discapacidad en el mundo occidental, pero el sistema sanitario todavía no ha conseguido tratarla en toda su complejidad y hay un elevado infradiagnóstico y una baja tasa de cumplimiento terapéutico. En el XIV Seminario Lundbeck se incidió en la necesidad de abordar correctamente los síntomas residuales y de considerar sus repercusiones laborales en toda su amplitud.

Sicilia, agosto de 1943, en un hospital militar estadounidense el general Patton abofetea a un soldado hospitalizado por depresión nerviosa y fatiga de combate, acusándole al tiempo de que por gentuza cobarde como él se pierden las guerras. Hace ya muchos años que para la OMS el concepto de salud incluye un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. En el campo de la depresión, se ha avanzado mucho desde aquella ultrajante actuación, y hoy es impensable encontrar un ‘jefe Patton’ golpeando a un subordinado de baja por depresión. Pero a pesar de estos avances, la revista de la Sociedad Médica de Canadá decía en su editorial hace bien poco que “la depresión merece ser mejor tratada”. Aunque 350 millones de personas la padezcan y sea la principal causa de discapacidad en el mundo occidental, el 50% de los trastornos depresivos no recibe tratamiento, o no el adecuado, el 43% de los pacientes lo abandona y otro porcentaje significativo no lo cumple.
Añadamos a esto los persistentes síntomas residuales de la depresión, como la fatiga o el insomnio, su impacto laboral e incidencia concomitante en el aumento del riesgo de otras patologías, que unidos provocan que el coste para los individuos, sus familias y la sociedad en su conjunto sea muy elevado. Precisamente por ello, está sobradamente justificado lo que se invierte, pero sobre todo que se reclame que se perfeccione su tratamiento. Como sostiene el doctor Miquel Roca, de la Unidad de Psiquiatría del Hospital Juan March de Mallorca y profesor de Psiquiatría en la Universidad de las Islas Baleares, “la asistencia a los trastornos mentales debe equipararse a la de otras enfermedades, así como los fondos dedicados a su investigación”.

La depresión tiene una alta prevalencia: “Entre el 8% y el 15% de la población española la padecerá a lo largo de su vida, el doble de mujeres que de hombres”, en palabras del doctor Manuel Bousoño, profesor de Psiquiatría en la Universidad de Oviedo.
En el estudio “Estrategia de salud mental del Sistema Nacional de Salud” aparece España como el país europeo con las tasas más altas de síntomas depresivos, estimándose en 1,8 millones los pacientes en 2013. Y aunque las consultas sean con frecuencia demasiado rápidas para descubrir y atajar los entresijos de una depresión, los trastornos depresivos ya aparecen en el 20% de los pacientes de Atención Primaria.
Pero aun siendo todo un envite dar tratamiento adecuado a los diagnosticados, que después no lo abandonen y que cumplan con lo prescrito, el reto clave es lograr diagnosticar a ese 50% que aun hoy no son tratados o se tratan incorrectamente. Porque “el estigma de las enfermedades mentales sigue siendo un verdadero tema pendiente, en el que cuesta muchísimo avanzar”, opina el doctor Roca.
El doctor Bousoño remarca que, siendo prácticamente una enfermedad crónica, la depresión está manifiestamente infradiagnosticada: “Sea por falta de tiempo, de concienciación social o a causa de prejuicios persistentes, la identificación de la depresión se ve muy dificultada, lo que conlleva que se quede a menudo sin el tratamiento adecuado”.

“La asistencia a los trastornos mentales debe equipararse a la de otras enfermedades, así como los fondos dedicados a su investigación”, sostiene el doctor Miquel Roca

LA LETRA PEQUEÑA
Esta patología, tradicionalmente asociada a la tristeza y a la apatía, es un trastorno multidimensional –emocional, cognitivo y físico–, en el que el objetivo terapéutico básico de recuperar funcionalmente al paciente resulta largo y costoso por la alta prevalencia de los síntomas residuales, como los cognitivos o la fatiga. Según la Asociación Americana de Psiquiatría afectan al 25-30% de los pacientes, con el consiguiente deterioro en la calidad de vida personal, social y/o laboral, tal y como pone de manifiesto el estudio de opinión “La depresión y la ansiedad en el entorno laboral”, presentado en el recientemente celebrado XIV Seminario Lundbeck.
“Los síntomas residuales de la depresión son, precisamente, los que permanecen tras la mejoría y limitan la actividad del paciente, no tanto por un estado de ánimo de tristeza como por dificultades cognitivas como la falta de atención, el insomnio o la pérdida de deseo sexual. Aunque menos manifiestos, estos síntomas impiden el retorno del paciente a la plena normalidad”, explica Guillermo Lahera, profesor de Psiquiatría en la Universidad de Alcalá e investigador en el Instituto Ramón y Cajal.

CALIDAD DE VIDA
Son justamente estos síntomas residuales lo que bien podríamos considerar la letra pequeña de la depresión, donde aparecen incrementados los riesgos de recaídas: trastornos del sueño, problemas de memoria y cognitivos, falta de energía, fatiga, disfunción sexual, suicidio, discapacidad social… “Globalmente, un 50% de las depresiones tratadas no alcanza la remisión total, y de ellas, un 80% mantiene síntomas residuales, que mantienen la presencia de la enfermedad a lo largo del tiempo”, asegura el psiquiatra Lahera.
Este alargamiento temporal exige una mayor determinación del médico en el abordaje de las diferentes facetas de la depresión “y, sobre todo, una perspectiva longitudinal en el tiempo, que la convierte en crónica por su duración y su tendencia a la recidiva”, explica Lahera.
Por otra parte, las recaídas, tan frecuentes en esta enfermedad, representan uno de los factores más impactantes en la calidad de vida y uno de los mayores desafíos para su correcto abordaje. Todo ello, sumado a que favorece un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes, consumo abusivo de alcohol y drogas, otros trastornos psiquiátricos y, por supuesto, de suicidio, 21 veces superior que entre la población general.

Aunque el 90% de trabajadores cree que la depresión afectaría a su rendimiento laboral, una de cada tres personas no lo comunicaría en el trabajo por miedo a represalias

IMPACTO LABORAL
Además de la pérdida de calidad de vida, provoca un importante impacto en el ámbito sociolaboral. Según la Asociación Europea de la Depresión, uno de cada diez trabajadores europeos ha causado baja durante 36 días por depresión, 21.000 horas de trabajo perdidas. Se calcula que en Europa se pierden 92.000 millones de euros al año por este motivo, el 58% en costes indirectos por baja productividad, baja por enfermedad y jubilación anticipada, además de asociarse a mayores tasas de desempleo.
En España y en Europa es una de las principales causas de baja laboral por incapacidad temporal y permanente, pero es más grave que aun sin baja laboral la depresión reduce drásticamente la capacidad de la persona, induciendo una disminución significativa de la productividad, dando paso al ‘presentismo’, incluso por encima de la mayoría de las enfermedades crónicas.
Una de las razones de que se produzca este bajo rendimiento, comentada en el XIV Seminario Lundbeck, es que una de cada tres personas no comunicaría en el trabajo que padece depresión, bien por el estigma que todavía supone su aceptación social, bien por miedo a represalias. De modo que, pese a que el 90% de trabajadores cree que una depresión afectaría a su rendimiento laboral, solo un 58% se lo diría a un superior y un 45% a un compañero de trabajo, pero solamente un 36% pediría la baja, mientras el resto seguiría trabajando en situación depresiva, lo que incidiría en una baja productividad presentista.
Con estas pautas extraídas del estudio, el doctor Roca insiste en que “son absolutamente imprescindibles políticas proactivas contra este estigma, con planes concretos de prevención de la depresión en el entorno laboral, ya que resulta evidente el impacto económico generado tanto en costes directos como indirectos por personas que siguen trabajando en situación depresiva”, sea por miedo al estigma social o por temor al sopapo de algún nuevo Patton.

Reportaje de Nekane Lauzirika publicado en la revista «Dinero y Salud»

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